Pasaron 25 días aislados haciendo rafting en el Grand Canyon y, al volver, el mundo había cambiado
Un grupo de amigos se aisló el 19 de febrero y no volvió a contactar con
el exterior hasta el 14 de marzo. Entonces todo era distinto
El pasado 19 de febrero, un grupo de 10 amigos y el guía Zach Edler se lanzaron al gran viaje que propone el Grand Canyon estadounidense: un rafting por el río Colorado de más de 300 kilómetros admirando los paisajes de la garganta. Deporte, autosuficiencia, aislamiento. La ruta es tan privilegiada que sólo las autoridades del Parque Nacional sólo permiten que la realicen unos pocos grupos al año y éstos se deciden por sorteo, Durante casi un mes, concretamente 25 días, no sabrían nada del mundo exterior, pero, ¿Y qué? ¿Qué podría pasar?
"Siempre hay alguien que bromea: ¿Qué pasa si al volver el mundo ha cambiado? Y por supuesto nunca sucede. Excepto esta vez", comenta Edler al 'New York Times' después de que uno de los columnistas del periódico, Charlie Warzel, descubriera la historia.
Cuando los aventureros se lanzaron a la ruta, el coronavirus era un problema prácticamente exclusivo de China, que además ya estaba parando su curva de evolución, y en Estados Unidos -como en Europa- nadie o casi nadie temía a la crisis que podía provocar. Cuando el sábado pasado, 14 de marzo, sacaron su balsa del río y los encontró un hombre llamado Blane, trabajador de una compañía de rafting, todo era muy distinto. La pregunta de Blane fue clara: ¿Habéis tenido algún contacto con el mundo exterior? Y ante la respuesta negativa, la reacción fue la única posible: "Nos miró y suspiró".
Blane les explicó que el coronavirus ya tenía centenares de casos en Estados Unidos, que las escuelas ya estaban cerradas, que Italia ya estaba confinada -a España le faltaban unas horas-, que la Bolsa se había ido a pique, que había desaparecido el deporte en todo el mundo... Según explican, los chicos no se lo creyeron y empezaron a bromear; las chicas lo entendieron más rápido. Ellas entraron en shock. Tanto que entre todos guardaron su material, su balsa y empezaron el viaje de regreso a casa en silencio, sin ánimo para poner la radio y recibir el chaparrón que se les venía. Pero a la hora y media llegaron a un lugar con cobertura y todos los teléfonos empezaron a sonar. Descubrieron el nuevo mundo.
Hablaron con sus familias, descubrieron la obligación de volver a casa y les aconsejaron que de camino compraran arroz, conservas y papel higiénico. "Estábamos sentados intentando reconstruir el mundo. ¿Qué significa que no hay papel higiénico? ¿Cómo puede faltar papel higiénico?", anota Mason Thomas, uno de los excursionistas, también al New York Times. Todos tuvieron que despertar ante la nueva situación: entre ellos, había un maestro de escuela, una doctora que tuvo que reincorporarse inmediatamente...
"A algunas personas no les gustaría, pero me encanta haber vivido unos días más en una maravillosa ignorancia. Pudimos disfrutar de la belleza de la vida. Vivimos el momento", finalizaba Edler en el reportaje.