EFECTOS DEL ENTRENAMIENTO EN ALTURA
Básicamente, la clave del entrenamiento en altura consiste en aumentar la resistencia del cuerpo humano acostumbrándolo a un entorno en el que dispone de poco oxígeno, circunstancia a la que el organismo reacciona produciendo más glóbulos rojos, y aumentando así la resistencia del deportista cuando éste regresa al nivel del mar.
En esta práctica la genética juega un papel indiscutible ya que, para que se produzcan estos cambios, la predisposición del cuerpo humano es clave. Salvo en casos muy concretos, o después de estancias muy largas, los cambios en el organismo revierten en menos de una semana, de ahí la importancia de realizar este tipo de entrenamiento justo antes de acudir a una cita deportiva. Por lo tanto, no sirve de nada planificar un entrenamiento en altura al principio de una pretemporada cualquiera, puesto que sus beneficios son a corto plazo y deben amoldarse al ritmo competitivo del profesional.
Cómo iniciarse en el entrenamiento en altura
Aquellas personas que demuestran más resistencia a la producción de glóbulos rojos para compensar la falta de oxígeno necesitan subir a cotas más altas para lograr los mismos beneficios, pero esto aumenta también los riesgos para la salud. La altitud puede tener efectos negativos sobre el organismo y causar mareos, vértigos, cefalea, falta de apetito, insomnio o elevación de la presión arterial, hasta que el cuerpo se vaya aclimatando a la nueva situación. Por ello, al principio es recomendable comenzar con ejercicios suaves como caminar y mantenerse bien hidratado para contrarrestar el hecho de que la humedad relativa del aire es menor y esto causa una mayor pérdida de líquido corporal.
La situación continuada de hipoxia (déficit de oxígeno) puede perjudicar el sistema nervioso y los músculos, y por lo tanto es imprescindible que antes de iniciar actividades físicas en altura, el individuo se someta a un reconocimiento médico exhaustivo previo seguido de un control médico prolongado, algo de lo que sí disponen los deportistas de élite, que están muy controlados, tanto por sus propios clubes como por las asociaciones.
El problema de entrenar en altura es el tiempo de exposición. Además de producir más glóbulos rojos, se producen otros cambios en el organismo que hay que controlar. El metabolismo se acelera, quemando más calorías, por lo que controlar la dieta es un requisito fundamental. Además, al ganar altitud, la sangre del organismo tiende a ser más espesa, lo que en casos de larga exposición puede desencadenar serios problemas cardiovasculares.
Aun así, el peligro más importante son las consecuencias de la hipoxia (falta de oxígeno) sobre el sistema nervioso. El cerebro y los órganos sensoriales son especialmente sensibles a la falta de oxígeno y se pueden llegar a sufrir efectos irreversibles. Cuando se viaja en un avión, por ejemplo, si se produce una despresurización de la cabina a una altitud elevada, los ocupantes pierden el conocimiento en cuestión de segundos por la falta de oxígeno. Por este motivo, todos los pasajeros cuentan con una mascarilla que deben utilizar en caso de necesidad, como se hace hincapié en las explicaciones de seguridad previas a un vuelo efectuadas por el personal de cabina
En los entrenamientos de altura, los efectos de la hipoxia son progresivos. El peligro es que los primeros síntomas son euforia y ausencia de la sensación de peligro, por lo que no hay ningún indicador o señal de alarma para el deportista que no cuente con la vigilancia y el seguimiento adecuados. Después se produce el entumecimiento de varios órganos, cansancio general y, finalmente, se pierde el conocimiento.
Aunque estos síntomas, por lo general, se producen a partir de los 6.000 metros de altura, a los 1.200 metros ya se pueden apreciar algunas señales de hipoxia, como la pérdida de visión nocturna. A partir de los 2.000 metros, se reduce la capacidad mental y, si se superan los 3.000 metros, se puede incluso perder la capacidad de raciocinio. Se ha establecido que a partir de los 8.000 metros se considera mortal.